lunes, 19 de noviembre de 2018

LA AZULITA BALCON DE LOS ANDES III

LA FLOR DEL CAFE 

PAMU

Doña María Flores hacía honor  a su apellido cuando en la sala de su casa adornaba el altar de los santos con las flores más exóticas del jardín como jazmines, gladiolas, malabares, tulipanes y  orquídeas, las mismas que llevaba al templo para los aguinaldos o las fiestas patronales cuando amenizaba el violín de Miguelito Rojas y venía la orquesta de la Mesa de Los Indios dirigida por el trompetista Pedro Felipe.

En el mandato de Juan Vicente Gómez llegó a La Azulita un jefe civil llamado el Coronel Rivera, que hizo suyo el lema del dictador y como encontrara las calles llenas de barro y en ellas se revolcaban los borrachos  en las peleas domingueras, optó por empedrarlas con el trabajo semanal que cumplían como pena los amigos de Baco. 





Los dueños de los frentes de cada casa colaboraban en especie para la comida de los presos. No era mucho el gasto porque en esos tiempos un racimo de cambur valía medio, dos bolívares un kilo de queso, con un bolívar se compraba una docena de huevos    o seis pescados bocachica o un kilo de carne gorda; la panela valía una locha y una puya costaba un pan.



El café principal producto de la región tenía el precio de un real el kilo, porque para recogerlo en las matas bien cargadas, se pagaba a un obrero un  bolívar el palito de veinte kilos, que recogía holgadamente una persona cinco palitos diarios . En las faenas cafetaleras transcurría el tiempo de la población y el vocabulario más frecuente era el de coger café, cilindrar café, trillar café secar, tostar y moler café y las mejores cosechas se medían con la FLOR DEL CAFÉ.

Desde la siembra hasta el negrito en el posillo alcolado los pasos del proceso tenían un sabor comunitario. Entonces y ahora coger café es una cayapa vocinglera entre los guamos de sombra con canastos y manares. La cilindrada convierte el fruto rojizo en una gelatina de granos  verdes que el agua purifica y el sol dora en los patios de ladrillo. Trillar y ventear, así como escoger el café se convierten en tertulia interminable hasta en las noches de luna entre comadres y vecinas para limpiar el café. Tostar y moler café es sentir   todo el  aroma desde los tiestos de barro en el hogar del productor campesino ,que viste y calza la familia en navidad, derrocha en pólvora y comida para las paraduras del Niño Jesús y sueña las morocotas de oro cuando despunta nuevamente la LA FLOR DEL CAFE 

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