San Benito se le llama de
Palermo, por la ciudad en que murió, o también el Moro o el Negro por el color
de su piel y su ascendencia africana. De joven abrazó la vida eremítica
(hombres dedicados a la oración), pero más tarde pasó a la Orden franciscana.
No tenía estudios, pero sus dotes naturales y espirituales de consejo y
prudencia atraían a multitud de gente. Aunque hermano religioso, fue, no sólo
cocinero, sino también guardián de su convento y maestro de novicios. San
Benito del Moro nació en 1526 en San Fratello, provincia de Mesina, Sicilia, Italia. De padres
cristianos, descendientes de esclavos negros, Benito entró en una comunidad de
ermitaños a los 21 años, escogió la Orden de los Hermanos Menores y entró en el
Convento de Santa María de Jesús, en Palermo, donde permaneció 24 años.
Un santo milagroso
San Benito de Palermo se le atribuyeron muchos
milagros. Por años guió a su comunidad con sabiduría y prudencia. Realizó
numerosas curaciones. Recibió los últimos sacramentos, y el cuatro de abril de
1589 expiró, a los 63 años, pronunciando las palabras de Jesús moribundo:
"En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu".
Hombre sabio y humilde
Es considerado el santo
de los negros. Guió a su comunidad con sabiduría, prudencia y gran caridad.
Benito se ganó la admiración de sus contemporáneos y de las generaciones
posteriores, que le elevaron a los altares. Nombrado maestro de novicios,
atendió a este delicado oficio de la formación de los jóvenes con tanta
santidad, que se creyó que tenía el don de escrutar los corazones. Para todos
tenía una palabra sabia, iluminadora, que animaba siempre al bien. Humilde y
devoto, redoblaba las penitencias, ayunando. Cuando salía del convento la gente
lo rodeaba para besarle la mano, tocarle el hábito, encomendarse a sus
oraciones.
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