jueves, 13 de septiembre de 2018

ATENEO DE EJIDO

ATENEO DE EJIDO

He aceptado, agradecido y complacido, la gentil invitación del autor del folleto “Una Experiencia Comunitaria en Ejido”, (impreso por el Ejecutivo del Estado Mérida), el hermano sacerdote Pedro Moreno, para hacer la presentación oficial de la obra que hoy ocupa nuestra atención. Y me uno, solidario, a la motivación que el propio Pedro me señala en su cordialísima carta del 29 de junio próximo pasado, en la que me pide las palabras de este acto: “no me mueve otra razón -dice -sino la de hermano en el sacerdocio que vio nacer esta experiencia hace seis años y conoce la trascendencia de este nuevo apostolado”. “Además -agrega-estamos unidos en una labor paralela de hacer patria e iglesia en la evangelización de la cultura y la opción por los pobres”. Y concluye: “estas quijotadas las podemos promover nosotros los nativos y nosotros mismos publicitarlas”.

A Pedro Moreno lo conozco desde 1957, por lo menos, en el seminario interdiocesano de Caracas, donde él concluía su seminario mayor y yo, mis estudios del menor. Recuerdo mucho sus inquietudes culturales y no se me olvida un concurso que Pedro organizara desde el mayor para mover a los seminaristas del menor a profundizar en el conocimiento de la música clásica.
Para nadie que lo conozca, es un secreto que Pedro Moreno vive en permanente inquietud por el progreso material, social, cultural y pastoral de las comunidades que le ha correspondido dirigir. Basta recordar la obra del templo y la casa cural de Fátima en Tovar, la hermosa residencia parroquial de Montalbán, aquí, en Ejido; el funcional edificio del colegio “Arzobispo Silva” cuya construcción promoviera junto con la fundación “San José” y, por último, la creación y organización de la novel parroquial del Espíritu Santo de Pozo Hondo con sus pilares fundamentales: las comunidades eclesiales de base y el exitoso ensayo de los nuevos ministerios. No contento con su labor espiritual, promovió, igualmente, la urbanización el Carmen en esta ciudad de Ejido, siendo párroco de Montalbán.

El trabajo intelectual nunca le ha sido ajeno a Pedro. El seminario caraqueño donde se formara, fundó y dirigió por varios años una pequeña revista de intercambio seminarístico venezolano: llamada "VÍNCULO" que, muchos años después, reeditara, en formato mayor, aquí en Mérida, con el mismo nombre. Ambas perecieron, fundamentalmente por falta de dinero. Numerosos artículos, salidos de su pluma, han visto la luz en periódicos y revistas. Y, que yo sepa, al menos tres obras ha dado a la imprenta: en 1978, editada por el Ministerio de Justicia y Cultos, la recopilación de las Cartas Pastorales de Monseñor Chacón Guerra; en 1983, la intitulada "Héroes de la Montaña", colección de discursos del propio Padre Moreno, publicado con motivo de sus bodas de plata sacerdotales; y ahora, el folleto "Una Experiencia Comunitaria en Ejido", recuento  de sus vivencias sacerdotales y ciudadanas en la parroquia de Pozo Hondo.

Tal labor de forja intelectual no la realizó Pedro en forma improvisada como quiera que es fruto de su sólida formación filosófico-teológica, completada en Roma con la sociología religiosa y aquí, en la ciudad de los caballeros, con la Licenciatura en Letras, en la Universidad de los Andes. Por otra parte, su vasta experiencia de educador y profesor, lo ha acercado más a los libros y a la vida de nuestra gente.

En el folleto "Una Experiencia Comunitaria en Ejido", el autor tiene una frase que me da pie para ulteriores reflexiones y veo hoy la gran oportunidad para dejar oír alguna de mis inquietudes actuales: "es hora -dice Pedro Moreno -de que la Iglesia aparte los temores y, desembolsando el Concilio Vaticano II, ponga en práctica tantos bellos proyectos..."

El Concilio Vaticano II, iniciado en 1962 y cocluido tres años después, ha constituido una verdadera revolución del Espíritu Santo en la Iglesia Católica, atenta, por inspiración divina, a los signos de los tiempos. Allí, el colegio episcopal, encabezado por el sucesor de Pedro, deliberó y decidió asuntos de gran trascendencia que hoy muchos quieren desconocer, su pretexto de apego a la tradición y a la ortodoxia. ¿Es que acaso nosotros los pobres humanos podemos ponerle trabas al Espíritu Santo? Cuanto se discutió y decretó en el aula conciliar ha servido de orientación aún a grupos de personas de buena voluntad ajenas al catolicismo y los más sagaces y dóciles al espíritu han visto en el concilio un don de Dios y un instrumento de salvación para la humanidad que no puede pretender pensar hoy con parámetros de hace cincuenta o cien años, en lo que puede cambiar la Iglesia. Y son tan densas sus decisiones y reflexiones que aún hoy día, a casi 22 años de terminadas las deliberaciones conciliares, no se han meditado suficientemente sus preciosos documentos. En gran parte, el texto del nuevo Código de Derecho Canónico, promulgado en enero de 1983, ha traducido, en normas jurídicas, el espíritu del Vaticano II, por lo que es llamado "el último documento del Concilio", en frase de Juan Pablo II. Sin embargo, en amplios sectores de la comunidad católica, todo ello es letra muerta y, lo que es más triste aún, en la esfera jerárquica, donde algunos lo ignoran paladinamente. 

El Sínodo episcopal extraordinario de 1985, reunido en Roma , para hacer una evaluación de los 20 años del Concilio, convocado y presidido por Juan Pablo II, mostró un sintomático pesimismo al considerar que ni siquiera el texto de los documentos conciliares se conoce bien en la Iglesia actual dentro de vastos sectores, aún clericales.

Uno de los resultados más elocuentes del Concilio es la actitud humilde de la Iglesia Católica al reconocer cierta posición tradicional de autosuficiencia, por ejemplo, que el catolicismo tuvo parte de culpa, en las dolorosas rupturas y divisiones que hoy hacen sufrir a la comunidad cristiana y el cardenal Humberto Quintero, en el aula conciliar, pidió perdón por haber  apartado públicamente a los hermanos separados por tal situación.

 
En la constitución "Gozo y Esperanza" acepta, igualmente, que "aún siendo la Iglesia custodia del depósito en la palabra de Dios, del que manan los principios en el orden religioso y moral", sin embargo, "no siempre tiene a mano respuesta adecuada a cada cuestión". Más adelante, reconoce, también que (a la Iglesia) le ha sido de mucho provecho y le puede ser todavía la opción y aún la persecución de sus contrarios. Nunca había tenido la autoridad eclesiástica este coraje y humildad para confesar sus propias limitaciones y errores a un nivel tan alto y solemne como en el Vaticano II, reconociendo de este modo al aspecto humano, frágil y transitorio, del ministerio de la Iglesia.

Pero hay más. El nuevo Código de Derecho Canónico trae todo un artículo del libro II (del pueblo de Dios) dedicado a la exposición de los deberes y derechos de los fieles, que se basan en la dignidad de la persona humana, imagen y semejanza de Dios y la condición de hijos de Dios de los bautizados. En una sección jurídica revolucionaria, impensable en el antiguo Código Canónico de 1917.

Solamente los clérigos convencidos de la autoridad- servicio (jamás los que conciben la autoridad en la Iglesia como poder tabú) puede entender tales derechos. Estos prefieren ignorarlos.

En el título en cuestión, en efecto, se dice, en primer lugar que, “por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del cuerpo de Cristo”.

Consagra, igualmente, el nuevo Código, el derecho de petición y de opinión: “los fieles tienen derecho a manifestar a los pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales, y sus deseos" y "tienen el derecho y, a veces, incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los pastores su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”. En frase lapidaria, nuestro Libertador enfatizó: “La primera de todas las fuerzas es la opinión pública” (discurso en Angostura 01-11-1817) y en la Iglesia no lo debe ser menos. Toda institución que se respete debe aceptar la crítica como una forma de superación y progreso, aún más: de purificación. Y “la virtud es como el agua, según expresión de Don Bosco: si no avanza se corrompe”. ¿Hubieran sido posibles los grandes logros del Vaticano II sin el dinamismo de la libre discusión del problema que precedió, acompañó y siguió a tan histórico acontecimiento? Sabemos que muchos  prohombres del Concilio, que ahora son cardenales, fueron vigilados y marginados por su posición crítica en aras del progreso eclesial. Testimonio vivo son De Lubac y Daniélou.



Y Mario Briceño Iragorry hace una reflexión sociológica que es también para la Iglesia: "¡que hubieran sido de nuestra patria con un Bolívar prudente, con un Salías dedicado a disimular las palabras ¡" si hubo independencia y libertad fue obra de hombres a quienes desde los ángulos del cálculo y de la parsimonia, se detuvo por cabezas huecas y lenguas sin gobierno¡ “(el caballo de Ledesma)”. 

Yo agregaría que, a nivel diocesano, un Pedro Moreno, con sus limitaciones y defectos, ha contribuido a crear una sana opinión pública en nuestra Iglesia, de hombres “prudentes” y “respetuosos”. Y debe saber que está amparado por las leyes de Iglesia (canon 212, párr. 2 y 3). Vaya nuestra palabra de estímulo para ellos. Están cumpliendo con su deber. Y lo hacen porque creen en la Iglesia y la aman. Necesitamos de la opinión pública, del diálogo y de la coparticipación. Todos, clérigos y laicos, somos responsables de la comunidad eclesial.

Felicitaciones a Pedro Moreno por su folleto. La apariencia de la brevedad de sus páginas no le quita el mérito de la profundidad y transparencia del mensaje. Su lectura debe ser acicate para muchos. Aprovecho la ocasión para ofrecer, a nombre de la Junta directiva del Ateneo de Ejido, que van para cinco años de meritoria y noble labor cultural en el medio de Campo Elías, los servicios que podamos restarles en actos como estos que proyectan los logros y el progreso de la comunidad. SEÑORES                

Pbro. Néstor José Fernández Pacheco  Ejido, Julio 10 de1987


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