Tenía la palabra con los delegados juveniles después del
presidente de la Junta Patriótica Fabricio Ojeda. Escuchaban atentos los
máximos líderes de la democracia naciente; Rómulo Betancourt, Gustavo Machado,
Rafael Caldera y Jóvito Villalba.
En tribuna de honor las autoridades del nuevo país: Wolfgan Larrazabal y sus ministros, Mons. Rafael Arias Blanco
con los sacerdotes mártires de la dictadura perezjimenista. P. Barnola, P Chapellín .P
Moncada.. Hugo Trejo, el coronel héroe militar del 23 de enero con sus
oficiales. Centenares de jóvenes representantes de las Universidades, academias
y liceos con sus banderas y sus torturados con las preseas al aire.
Era el día de la juventud en la ciudad de la Victoria, 12 de
febrero de 1958. Entre asustado y emocionado leí mi discurso que la prensa
publicó al día siguiente en todos los periódicos nacionales.
L SEMINARISTA EN EL DIA DE LA JUVENTUD
Por: Pedro A. Moreno U. (Seminarista).
Nos complacemos en publicar a continuación
las vibrantes palabras, pronunciadas por el joven seminarista Pedro A. Moreno
U, durante la reunión extraordinaria celebrada en La Victoria el pasado
miércoles, con motivo del Día de la Juventud venezolana (12 de Febrero de
1958).
Ciudadano Ministro de Educación.
Señores Representantes de las Fuerzas
Armadas.
Señores Representantes del Clero.
Juventudes.
Señoras, Señores:
Cuatro años hace que el Seminario Interdiocesano de Caracas no se presentaba en este sitio
glorioso de La Victoria, para tributar homenaje a los héroes del 12 de febrero
de 1814. Motivos sobrados aparecen hoy con toda evidencia para justificar
nuestra actitud.
Sumida estaba la Patria en el trágico
letargo de la tiranía. Se negaban los derechos más elementales, se ultrajaba la
personalidad humana y se engañaba miserablemente al pueblo venezolano. Nos
parecía absurdo, por lo tanto, alardear de libertad cuando se vivía en la
opresión. Contradecía nuestros ideales plegarnos a la consigna de un régimen
despótico.
La presencia de nuestra sotana en tales
ocasiones hubiera sido una aprobación tácita de la farsa gubernamental y el
proclamarnos herederos de aquella generación de levitas que supo defender con
su sangre los fueros patrios, hubiera constituido una afrenta para los héroes.
Esto decidió nuestra posición.
Cada 12 de febrero vibrábamos con nuestros
compatriotas jóvenes en esa rebeldía oprimida y esa efervescencia de sangre en
silenciosa repulsa.
Con plena diafanidad escuchábamos en
nuestros cláustros y
vivíamos el relato histórico en la épica narración de Don Eduardo Blanco.
“Libertad. Libertad... cuánta sangre y
cuántas lágrimas se han vertido por tu causa... y todavía hay tiranos en el
mundo”.
Mensaje de ultratumba, perennidad de ideas
que cada año penetraban con más fuerza en las conciencias juveniles.
Memoria de lucha, de conquista, de trueque
de hábitos talares por ropas de guerreros, de verter sangre joven, de ofrendar
un ideal y tronchar una ilusión para salvar la Patria. ¡Eso fue La Victoria!
Y la juventud venezolana se aprestó para
seguir el ejemplo de aquella generación de adolescentes y rompió la tácita
protesta y brilló un día émulo del 12 de febrero de 1814, el 23 de enero de
1958.
Hoy los seminaristas venimos a ofrecer a
nuestros antepasados no el homenaje de añoranza, ni el tributo de recuerdos,
traemos laureles frescos, rosas de sangre y guirnaldas perfumadas de libertad.
Una vez mas la juventud ha enarbolado con gloria nuestra insignia tricolor,
bajo cuya sombra se enfrentó a la lucha, la unidad compacta de pueblo, clero y
ejército. Como en aquella fecha de la independencia que hoy conmemoramos, hubo
en esta hora histórica de la liberación, columnas truncas de la ciencia, brazos
paralizados para el trabajo, carne pura y noble para las cárceles. Fue el botín
de la muerte, paga de la libertad, las victimas anónimas que pasaron a engrosar
las filas de nuestros héroes. ¡Para ellos la alegría de la paz en el descanso
de eternidad!
La juventud actual ha dado pruebas
eficientes de ser en realidad la esperanza de la patria; ha hermoseado su alma
con la virtud del valor hasta el heroísmo y ha proclamado muy en alto la
posesión de las verdaderas reservas morales del país.
Con mano sacrílega hombres déspotas
quisieron prostituir las almas jóvenes en la charca inmunda de la inmoralidad.
Pusieron mordaza a la palabra divina del sacerdote y creyeron imberbe al pueblo
para disfrutar la democracia. Pero
palpitaba muy viva la formación sólida y cristiana de la juventud, recibida en hogares modelos por la unión
estable y las costumbres intachables. No carecían de fundamentos las virtudes
humanas y por ello bastó la palabra autorizada de un jerarca eclesiástico para
lanzarse a la conquista abierta por la justicia del gran don de Dios a los
hombres: La Libertad.
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